MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL98 (II PARTE): UNAMUNO Y ANTONIO MACHADO
Vamos a continuar, si os parece bien, con la literatura de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, ahora que ya sois unos verdaderos expertos.
Recordemos las características fundamentales del Modernismo: el escapismo, la evasión de la realidad social, de los problemas políticos, económicos, es decir del compromiso, sea la escuela parnasianista o la simbolista la más influyente.
Mientras que la generación del 98 busca precisamente comprometerse con su literatura en la realidad social, política, económica, en la urgencia de la regeneración, del progreso, de la modernización, de reformar las estructuras agrarias, de hacer llegar la educación al grueso de la población que era analfabeta, de europeizar España, sin renunciar por ello al inmenso acervo de tradición cultural nuestra, en ese sentido dirán: "también hay que españolizar Europa". El paisaje castellano servirá de telón de fondo para simbolizar el amor por España y su necesidad por dejar atrás el pasado y mirar hacia el progreso. Este pensamiento dará lugar a dos posturas en los escritos de los autores, recordemos:
.La preocupación por España, la crítica a la abulia del pueblo español (a su dejadez, a su desidia) ¿Recordáis el poema de Antonio Machado que analizasteis, el de Campos de Castilla?
.La angustia existencial, veamos.
Por ejemplo, Unamuno en su obra Niebla nos cuenta la historia de un joven filósofo, bien situado en su clase social alta, muy dependiente de su madre emocionalmente, y cuando esta fallece, a merced de pensamientos muy oscuros y deprimentes, fruto de la lectura y del pensamiento de autores como Schopenhauer El cariño de sus criados no conseguirían salvarle de su propia oscuridad, solo el conocimiento casual de una chica le salva de ellos. Nuestro protagonista, Augusto se enamorará perdidamente de ella. Pero esta, comprometida con otro hombre, lo dejará plantado precisamente el día de su boda por su novio anterior a quien no había dejado de querer. Augusto, desesperado, piensa en suicidarse, y ante la duda, imaginaos qué ocurre, no se le ocurre otra que ir a consultar ¡a su propio autor, a don Miguel de Unamuno! Allí, a Salamanca, va a visitar al autor, a su propia casa y este se siente muy molesto y le increpa preguntándole quién es él para dirigirse a su propia casa y tomar ninguna iniciativa. De hecho, decide que se va a deshacer de él y le va a matar en la obra. Augusto, desesperado, le pide que no lo haga, que él debe decidir por sus propios actos, que una cosa era suicidarse por voluntad propia y otra ser asesinado por su autor. Unamuno le niega su identidad personal y su poder de decisión y le sentencia esa misma noche a morir. Augusto, horrorizado, le responde que puede matarlo, que él es un fantoche para su autor, pero que de la misma manera él lo es para Dios y nosotros, todos los lectores, igualmente moriremos un día, igual que él, pues solo somos productos de otra mente. El enfado de Augusto es, evidentemente, una metáfora angustiosa de la falta de sentido de la vida y de fe que asolaban a Unamuno. Augusto regresa en tren a casa, y después de una opípara cena muere en su cama, presentándose en todo caso en sueños a Unamuno para recordarle su respuesta y a todos los lectores.
Esta obra novedosa, con una mirada original, experimental en la elaboración narrativa, como vemos en la propia introducción del autor como personaje y que el protagonista se entreviste con él y se rebele, hace que Unamuno llame y bautice a esta obra, Niebla, como nivola y no como novela, pues es algo tan nuevo. El neologismo es curioso, ¿verdad?
Bien, ahora cambiemos de tema y de autor. Recordáis a nuestro querido Antonio Machado del que comentamos uno de sus poemas adscrito a los postulados de la Generación del 98. Pero también advertimos que su primera producción pertenece al Modernismo. Su modernismo siempre fue intimista, heredero del romanticismo, seguramente en sus angustias, en su mirada interior, y ciertamente simbolista. Nada que ver con los excesos parnasianistas y sobrecargados de Rubén Darío. Estos poemas los encontramos en su primer poemario: Soledades de 1903, y en Soledades, galerías y otros poemas de 1907 que amplía el primero. En Campos de Castilla de 1912 ya encontramos su temática comprometida, pero en este poemario también encontramos algunos poemas que siguen más bien la corriente simbolista de su anterior etapa modernista, esto será en una edición posterior, en 1917. Sobre todo en los versos que se refieren a la etapa personal por la que atraviesa el autor.
SANTIAGO RUSIÑOL |
Para ello debemos hablar del varapalo y del dolor profundo que nunca le abandonaría, que supuso la muerte de su querida y jovencísima esposa, Leonor Izquierdo.
Antonio Machado vivía en una pensión en Soria, ejerciendo su recién estrenada profesión de profesor de francés en ella se enamoró de la hija, aun una niña de los dueños. Una vez seguro de su amor, pidió permiso a su madre para la boda, hubo que esperar un año para que Leonor cumpliera los 15, cuando el poeta tenía 34.
Leonor Izquierdo, la esposa de Antonio Machado |
Poco tiempo después Leonor enfermó de tuberculosis, murió con 18 años, dejando a Antonio hundido en la más terrible de las depresiones, por lo que pidió el traslado a Baeza, porque no podía soportar la ausencia de su mujer en las calles de Soria, todo le recordaba a ella.
Santiago Rusiñol |
Observad este bellísimo poema:
CXXII
Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!…
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!…
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!
ANTONIO Y MANUEL MACHADO |
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.
Campos de Castilla, Antonio Machado
UNAMUNO |
NIEBLA de UNAMUNO
Capítulo XXXI
Aquella tempestad del alma de Augusto terminó, como en terrible calma, en decisión de suicidarse. Quería acabar consigo mismo, que era la fuente de sus desdichas propias. Mas antes de llevar a cabo su propósito, como el náufrago que se agarra a una débil tabla, ocurriósele consultarlo conmigo, con el autor de todo este relato. Por entonces había leído Augusto un ensayo mío en que, aunque de pasada, hablaba del suicidio, y tal impresión pareció hacerle, así como otras cosas que de mí había leído, que no quiso dejar este mundo sin haberme conocido y platicado un rato conmigo. Emprendió, pues, un viaje acá, a Salamanca, donde hace más de veinte años vivo, para visitarme.
Cuando me anunciaron su visita sonreí enigmáticamente y le mandé pasar a mi despacho-librería. Entró en él como un fantasma, miró a un retrato mío al óleo que allí preside a los libros de mi librería, y a una seña mía se sentó, frente a mí.
Empezó hablándome de mis trabajos literarios y más o menos filosóficos, demostrando conocerlos bastante bien, lo que no dejó, ¡claro está!, de halagarme, y en seguida empezó a contarme su vida y sus desdichas. Le atajé diciéndole que se ahorrase aquel trabajo, pues de las vicisitudes de su vida sabía yo tanto como él, y se lo demostré citándole los más íntimos pormenores y los que él creía más secretos. Me miró con ojos de verdadero terror y como quien mira a un ser increíble; creí notar que se le alteraba el color y traza del semblante y que hasta temblaba. Le tenía yo fascinado.
–¡Parece mentira! –repetía–, ¡parece mentira! A no verlo no lo creería... No sé si estoy despierto o soñando...
–Ni despierto ni soñando –le contesté.
–No me lo explico... no me lo explico –añadió–; mas puesto que usted parece saber sobre mí tanto como sé yo mismo, acaso adivine mi propósito...
–Sí –le dije–, tú –y recalqué este tú con un tono autoritario–, tú, abrumado por tus desgracias, has concebido la diabólica idea de suicidarte, y antes de hacerlo, movido por algo que has leído en uno de mis últimos ensayos, vienes a consultármelo.
El pobre hombre temblaba como un azogado, mirándome como un poseído miraría. Intentó levantarse, acaso para huir de mí; no podía. No disponía de sus fuerzas.
–¡No, no te muevas! –le ordené.
–Es que... es que... –balbuceó.
–Es que tú no puedes suicidarte, aunque lo quieras.
–¿Cómo? –exclamó al verse de tal modo negado y contradicho.
–Sí. Para que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester [necesario]? –le
pregunté.
–Que tenga valor para hacerlo –me contestó.
–No –le dije–, ¡que esté vivo!
–¡Desde luego!
–¡Y tú no estás vivo!
–¿Cómo que no estoy vivo?, ¿es que me he muerto? –y empezó, sin darse clara cuenta
de lo que hacía, a palparse a sí mismo.
–¡No, hombre, no! –le repliqué–. Te dije antes que no estabas ni despierto ni dormido, y
ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo.
–¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! –me suplicó
consternado–, porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco.
–Pues bien; la verdad es, querido Augusto –le dije con la más dulce de mis voces–, que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes...
–¿Cómo que no existo? ––exclamó.
–No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.
Al oír esto quedóse el pobre hombre mirándome un rato con una de esas miradas perforadoras que parecen atravesar la mira a ir más allá, miró luego un momento a mi retrato al óleo que preside a mis libros, le volvió el color y el aliento, fue recobrándose, se hizo dueño de sí, apoyó los codos en mi camilla, a que estaba arrimado frente a mí y, la cara en las palmas de las manos y mirándome con una sonrisa en los ojos, me dijo lentamente:
–Mire usted bien, don Miguel... no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de lo que usted se cree y me dice.
–Y ¿qué es lo contrario? –le pregunté alarmado de verle recobrar vida propia.
–No sea, mi querido don Miguel –añadió–, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted no pase de ser un pretexto para que mi historia llegue al mundo...
–¡Eso me faltaba! –exclamé algo molesto.
–No se exalte usted así, señor de Unamuno –me replicó–, tenga calma. Usted ha manifestado dudas sobre mi existencia...
–Dudas no –le interrumpí–; certeza absoluta de que tú no existes fuera de mi producción novelesca.
...
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